Hoy jueves, 13 de diciembre, han regresado los jueves de terror, y lo han hecho de la mano de los alumnos de 2º B y La Leyenda de Sleepy Hollow, de Washington Irving.
Pero no vamos a reproducir el texto del relato, sino que vamos a dejar que sean los propios alumnos los que os lo cuenten.
Los narradores son Alejandro, Víctor, Miguel Ángel, Marco, Miren, María R., María L., Claudia y Sergio.
jueves, 13 de diciembre de 2012
sábado, 1 de diciembre de 2012
Cuentos del mundo entero
Ya que el jueves pasado no tuvimos relato de terror, os vamos a proponer la lectura de un cuento muy breve, recopilado por Jean-Claude Carrière en su libro El Círculo de los Mentirosos - del que, hemos de decir, no deberíais perderos la introducción, que él ha titulado "Aquí hay luz".
Nos gustaría que os animarais a comentar el relato, darnos vuestra opinión sobre él y lo que en él sucede, o que nos contarais un cuento que a vosotros os haya gustado por algún motivo especial.
Nos gustaría que os animarais a comentar el relato, darnos vuestra opinión sobre él y lo que en él sucede, o que nos contarais un cuento que a vosotros os haya gustado por algún motivo especial.
EL HOMBRE QUE TIEMBLA
En China, una helada noche de invierno, un rico mandarín andaba con su gente, ataviado con un cálido abrigo.
Vio a un mendigo tiritando, en la esquina de una calle, y le preguntó a un sirviente de su séquito:
- ¿Por qué tiembla aquel hombre?
- Porque tiene frío.
- ¿Ah sí? ¿Y temblar le impide tener frío?
sábado, 24 de noviembre de 2012
EL MONTE DE LAS ÁNIMAS (Leyenda soriana)
El jueves, 22 de noviembre, fue Juán José Hernández de
La Torre Benzal, profesor de Matemáticas de nuestro instituto, el que nos contó la escalofriante historia de Alonso y Beatriz, adaptando la famosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer "El Monte de las Ánimas". Disfrutad de la lectura.
La familia del joven noble Alonso había recibido a la
hermosa dama Beatriz, quien venida de tierras francesas, había elegido la
ciudad de Soria para recuperarse de una enfermedad que le aquejaba.
Ya recuperada la dama, y antes de su regreso al país
vecino, se había organizado el día de Todos los Santos una cacería en la que
participaban familiares y amigos.
El sol empezaba a declinar cuando Alonso ordenó atar
los perros, reunir a los cazadores e iniciar el regreso a la ciudad.
- La noche se
acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas- dijo.
- ¡Tan pronto!- Exclamó Beatriz
- A ser otro día, no dejara yo de acabar con ese
rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras;
pero hoy es imposible- dijo Alonso -Dentro de poco sonará la oración en los
Templarios y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la
capilla del monte-.
- ¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme? –
respondió Beatriz.
- No quiero asustarte. Volvamos. Por el camino te
contaré la terrible historia de este paraje.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos.
Los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos
juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían a la comitiva a
bastante distancia.
Mientras andaban el camino, Alonso narró en estos términos
la prometida historia:
-
Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía
a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios
eran guerreros y religiosos a la vez. Tras conquistar Soria a los árabes, el
rey los hizo venir de lejanas tierras para defender Ia ciudad, haciendo con
ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que hubieran sabido defenderla
solos, como solos la conquistaron... Entre los caballeros Templarios y los hidalgos
de Ia ciudad fue creciendo un odio profundo. Los caballeros Templarios acotaron
ese monte, donde reservaban caza abundante, sólo para sí mismos… Desafiándolos,
los nobles de la ciudad, determinaron organizar una gran batida en el coto, contraviniendo
las severas prohibiciones de los Templarios. Cundió Ia voz del reto, y nada pudo
detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de
estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo, pero aquello no fue una
cacería. Fue una batalla espantosa; el monte quedó sembrado de cadáveres de uno
y otro bando. Los lobos, a quienes se quería exterminar, tuvieron un sangriento
festín.
Tras
el suceso, intervino la autoridad del rey que declaró el monte abandonado, y
también la capilla de los religiosos en él situada, y en cuyo atrio se
enterraron juntos amigos y enemigos,
Desde entonces cuando
llega la noche de difuntos se oye doblar sola Ia campana de Ia capilla en
ruinas, y las ánimas de los muertos, envueltas en los jirones de sus sudarios, corren
como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos
braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al
otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de
los esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos eI Monte de las Ánimas, y por eso
he querido salir de él antes que cierre la noche en un día como este.
II
Ya de noche, tras la cena, se departía en torno a la
mesa.
Beatriz y Alonso, sentados junto a la lumbre del
salón, permanecían silenciosos ajenos a Ia conversación general.
Ambos guardaban hacía un rato un profundo silencio
mientras los demás referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos temerosos,
en que Ios espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas
de Ia iglesia de Soria doblaban a Io lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa Beatriz – excIamó, al fin, Alonso, rompiendo
el largo silencio-, pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; quisiera que llevases
una memoria mía-... Y diciendo esto le regaló el hermoso joyel que sujetaba la
pluma de su gorro de cazador, que había sido un regalo de su madre.
Beatriz lo aceptó con frialdad e indiferencia sin
decir nada.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y
volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de
trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el
triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, volvió a hablar Alonso:
-Y tú ¿no me
dejarás un recuerdo tuyo? -dijo,
clavando una mirada en la de ella, que brilló como un relámpago, iluminada por
un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó Beatriz, llevándose la mano al
hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su manga
-¡Ay! ¿Te acuerdas de la banda azul que
llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que
era la divisa de tu alma?
_Sí.
-¡Pues... se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela
como recuerdo.
-¡Se ha perdido! Y ¿dónde?- Replicó Alonso.
-No sé... En el monte acaso.
-¡En el Monte de las Animas! -murmuró, palideciendo. -¡En
el Monte de las Animas! Tú Io sabes, porque lo habrás oído mil veces. En la
ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No tengo miedo a
nada de este mundo. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que
he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres, y he combatido
con ellas. Nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra
noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo,
esta noche..., esta noche, ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las
campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del
monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas
que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la
sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarlo en el
torbellino de su fantástica carrera.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible
se dibujó en los labios de Beatriz.
-¡Oh! Eso, de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al
monte! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos y cuajado el camino de Ibos!
Alonso no pudo por menos que comprender toda amarga
ironía de sus palabras. Movido como por un resorte se puso en pie, se pasó Ia
mano por la frente, como para arrancarse el miedo, y con voz firme exclamó:
-Adiós, Beatriz, adiós. Hasta pronto.
-¡Alonso, Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez;
pero cuando quiso o aparentó querer detenerlo, el joven había desaparecido.
Al poco, se oyó el rumor de un caballo que se alejaba
al galope. Beatriz, con una radiante expresión de orgullo satisfecho, prestó
atención a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de
ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de
la ciudad doblaban a lo lejos.
III
Pasaron las horas, era casi medianoche cuando Beatriz
se retiró a su aposento y Alonso no
volvía, no volvía a pesar de que en una hora debía haber habido tiempo
suficiente para cumplir el encargo.
-¡Habrá tenido miedo! – pensó la joven mientras se acostaba.
Después de haber apagado la lámpara se durmió. Se
durmió con un sueño inquieto, ligero y nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó
entre sueños las vibraciones de las campanas, Ientas, sordas, tristísimas, y
entreabrió los ojos. Creía haber oído pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos,
y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo, y poniéndose Ia mano sobre su
corazón procuró tranquilizarse.
Pero su corazón latía cada vez con más violencia, las
puertas habían crujido con un chirrido
agudo, largo y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las
puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido
sordo y grave, y aquéllas con un lamento largo y crispador.
Después, silencio; un silencio lleno de rumores extraños,
el silencio de la medianoche; lejanos ladridos de perros, voces confusas,
palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se
arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten,
estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y
cuya aproximación se nota, no obstante, en la obscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, levantó la cabeza y
escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente,
tornaba a escuchar; nada, silencio.
Veía, como bultos que se movían en todas las
direcciones, y cuando dilatando las pupilas las fijaba en un punto, nada;
obscuridad, las sombras impenetrables.
Dándose la vuelta en la cama intentó tranquilizarse, y
dormir…; pero en vano. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más
aterrada. Ya no era una ilusión: las cortinas habían rozado al separarse, y
unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era
sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una
cosa como madera o hueso. Y se acercaban, y se movió la mesilla que se
encontraba junto a su lecho.
Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa
que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de una
fuente lejana caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros
se dilataban en las ráfagas de aire, y las campanas de la ciudad de Soria,
doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, un siglo, porque la noche
aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, despuntó la aurora. Entreabrió los ojos
a los primeros rayos de luz. Después de una noche de insomnio y de terrores,
¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Se incorporó, tendió una mirada
serena a su alrededor, y ya se disponía a reírse de sus temores, cuando de
repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez
mortal descoloró sus mejillas: Sobre la mesilla había visto, sangrienta y desgarrada,
la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a notificarle
la muerte del joven, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos
entre las malezas del Monte de las Animas, la encontraron inmóvil, crispada,
asida con ambas manos a una de las columnas del lecho, desencajados los ojos, entreabierta
la boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta, ¡muerta de horror!
Dicen que después de acaecido este suceso, al año
siguiente, un cazador extraviado que pasó la noche de Difuntos sin poder salir
del Monte de las Animas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que
viera, refirió cosas horribles. Entre otras, se asegura que vio a los esqueletos
de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de
la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible y, caballeros
sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa,
pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos y arrojando
gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Histeria, por Rosa Montesinos
La historia que he
venido a contaros, me ocurrió hace muchos años. Veréis. Era entonces yo una
chica joven, casi adolescente, y por alguna razón tuve que tomar el tren
nocturno a París, un día desapacible de Noviembre. No era desde luego el más idóneo
para pasar una noche entera en aquel vagón solitario atravesando bosques con el
viento aullando alrededor. Parecía que podía ocurrir cualquier cosa. Me sentía
como en un barco en medio del temporal.
Mi vagón estaba
completamente vacío, poca gente se animaba a viajar en esas fechas, así que me
acomodé como pude para pasar la noche.
Cuando estaba a punto de
quedarme dormida, de manera totalmente inesperada, se abrió violentamente la
puerta de mi compartimento y apareció ante mis ojos la criatura más espantosa
que yo había visto en mi vida: delgada, casi cadavérica, pálida, deforme, y con
una voz que me helaba la sangre.
Decidí ser cortés con
ella y la saludé con todo respeto. Pero en cuanto creí que estaba dormida salí
sigilosamente del compartimento aquel y me fui a otro dos más allá: No me veía
capaz de dormir con aquel espectro ante mis ojos.
Así que en mi nuevo
sitio respiré tranquila y me dispuse a dormir un poco, la noche iba a ser larga
y turbulenta. De repente noto que alguien me zarandea por los hombros, abro los
ojos y aquel esperpento de mujer me
pregunta: ¿Por qué te marchaste? No tuve valor para decirle la verdad y se me
ocurrió una excusa: Aquí hace menos frío, se está mejor. Sorprendentemente ella
se calmó y estuvo de acuerdo conmigo; se sentó enfrente y, sin mediar palabra, se
acercó a mi oído y me dijo:
“Tengo que contarte
algo, un secreto terrible, me pesa en el alma y no quiero morirme sin haberlo
sacado fuera.”
Menos mal que era noche
cerrada y no pudo verme la cara de espanto. Yo, por si acaso, dije alguna
palabra amable y me encogí todo lo que pude para que no llegara a tocarme. En
una voz más baja, casi en susurros me dijo: “He matado a dos personas”.
Os podéis imaginar que,
de no haber estado en aquel lugar yo habría salido corriendo. Pero estaba a
merced de su voluntad, podría haber hecho lo que quisiera conmigo, yo estaba
paralizada de pánico.
Sin que le preguntara
nada, por supuesto, empezó a contarme su historia. Al parecer, no había llegado a conocer a sus
padres, y en su recuerdo sólo aparecía una especie de institución para niños
abandonados, de donde, a la edad de 8 años la vinieron a sacar una extraña
pareja, a la cual se podría calificar como poco de siniestra. La mujer era
sordomuda, flaca y horrible. Su marido era igual, pero por lo menos podía
hablar. Luego la llevaron a su casa, un caserón viejo y destartalado en un
lugar bien apartado y en el que todo estaba roto y mugriento. Desde el primer
día se dio cuenta de que había ido a peor, de que allí no había nada que hacer y
nadie le hacía el menor caso. Aparte de las maderas crujiendo, las ramas
golpeando, no se oían ruidos humanos, música, la radio… El silencio era total.
La esposa solía escribir notas para comunicarse con el hombre, con una letra
muy extraña, que ella se encargó de aprender a imitar. Era casi lo único que
hacía en todo el día, aparte de vagar por aquel lugar inhóspito, sin que nadie
se preocupara lo más mínimo de ella. No solían salir de casa y siempre se
quedaba alguno con ella.
Cada noche, le
acompañaban a su habitación con un vasito de leche caliente y dulce, muy dulce
para que se lo tomara antes de dormir. Ella soñaba cosas horribles, monstruos
espantosos la agarraban y la pinchaban o la cortaban a trozos, y siempre tenían
la cara de “sus padres”. Por la mañana se levantaba destrozada y con muy poco
ánimo para enfrentarse a otro día vacío.
Una noche, no se tomó la
leche y la tiró por el váter. Cuando estaba a punto de dormirse, aquel hombre
entró en el cuarto sin ningún miramiento, encendió la luz y se acercó hasta su
cama. Le agarró su escuálido bracito y, con una jeringuilla enorme, le saco
un buen chorro de sangre. Ella estaba
tan asustada que se quedó paralizada de espanto. Luego se fue y ahí la dejo,
destrozada y débil, sin más.
Entonces ella empezó a
entenderlo todo. Había oído tiempo atrás hablar de cierto elixir de la eterna
juventud, hecho a base de sangre fresca de niños, por la que se pagaban
cantidades astronómicas. Así siendo tan pequeña, la vida ya le había espabilado
lo suficiente para saber que tenía que salir de allí.
Al otro día, sin
levantar sospechas se dedicó a investigar por la casa y se fijó en dónde
guardaban su chocolate que se tomaban
cada noche; y también encontró lo que le ponían en la leche y que ella
creía que era azúcar, y que era un potente somnífero; y descubrió el zulo,
detrás de un baño, en el que el marido se metía para preparar las cosas antes
de acudir a su cuarto.
Aquella señora, que me
contaba todo esto, casi dejó de darme miedo al imaginarla de niña y me daba un
poco de pena. Ya quería saber el resto de la historia.
Según su relato, preparó
las cosas para terminar con aquella situación insoportable. A la noche
siguiente, no sólo tiró la leche sino que se fue a esconder al único sitio
donde no la encontraran. Pero a la mañana siguiente, al verlos
contrariados, les dijo que no sabía cómo
había llegado hasta allí, tuvo una pesadilla. Y para no levantar sospechas
aceptó encantada la idea de que su mamá
se acostaría con ella la noche siguiente.
Efectivamente, le pidió
a la mujer que se tomara el chocolate con ella y se quedara en su cama hasta
que se durmiera. Y, cerca del baño, dejó la nota que escribió imitando la letra
y en la que le decía al hombre que no diera la luz y actuara con mucho sigilo.
Ella, es decir su esposa, vigilaría que la cría no se escapara. Por último en
la nota la mujer le decía que dejaba el chocolate calentito en la estufa. El
hombre no dudó ni por un momento y cuando agarró aquel bracito escuálido, fue a
su mujer a la que le sacó un buen chorro de sangre. Y, tan satisfecho estaba
que se tomó un chocolate más dulce que nunca.
En este punto me debí
quedar dormida, porque no recuerdo nada más. Cuando me desperté, no había ni
rastro de la mujer, aunque aquel tren no había parado ni una sola vez.
Empezaba
a amanecer y llegábamos a París, yo me encontraba agotada, como si hubiera
estado toda la noche picando piedra. No podía con mi alma y no sabía si todo lo
que os he contado lo había soñado. De repente descubrí en mi antebrazo un
moratón enorme y justo en el medio un pinchazo como el que dejan las
inyecciones. Lo que no me he podido
explicar nunca es cómo me lo hice .
jueves, 15 de noviembre de 2012
Los jueves del terror
Desde el pasado jueves, 8 de noviembre, podemos escuchar historias de terror en la Biblioteca durante el segundo recreo. Los protagonistas son personajes especiales - de por sí bastante terroríficos, ya que son profesores del instituto.
El día 8 de noviembre escuchamos cómo Cecilio Campos narraba su peculiar experiencia con la niña de la curva (http://bibliotecadelmisterio.com/2007/06/leyendas-urbanas-la-chica-de-la-curva/).
Quizás vosotros también hayáis experimentado una situación real de terror, o quizás hayáis leído una historia que os ha dejado de piedra. Animaos a compartirla con nosotros en la biblioteca o en este blog.
domingo, 28 de octubre de 2012
Sherlock Holmes visto por los alumnos de 2º B
Puedes verlo siguiendo estos enlaces:
O directamente en este vídeo:
lunes, 9 de julio de 2012
Ganador del concurso de relatos 2011-2012
EL
TRAIDOR AL IMPERIO
En
el año 1622, vivía en Cádiz la familia Sampson. Era una familia
acomodada de comerciantes ingleses, y gente muy honrada. Una
noche del mes de abril, llamaron a la puerta de los Sampson unos
recaudadores de impuestos. Venían a cobrar una factura relacionada
con el almacén del señor Sampson:
-Ya
he pagado esa factura – dijo el señor Sampson. Tenía razón.
Pero
los recaudadores no le hicieron caso y prendieron fuego a la casa.
Después huyeron. El joven Steven, de tan solo doce años, quedó
traumatizado al ver morir a sus padres quemados. Metió en un saco de
galleta algo de dinero, unos arenques salados, un par de pistolas
cargadas, pólvora y munición. Después huyó al puerto, donde se
enroló en un buque mercante que se dirigía a Venezuela, haciendo
escala primero en las islas Azores, luego en La Habana (Cuba) y, por
último, en Panamá.
Aquel
barco transportaba un abundante cargamento de especias pero, en ese
mismo convoy viajaban barcos que transportaban colonos al Nuevo
Mundo, otros transportaban otros productos para comerciar con los
colonos que ya se habían establecido allí o con los indígenas.
También había barcos de guerra.
Steven
trabajó muy duro como grumete en el barco, donde fue maltratado por
el resto de la tripulación; mejor dicho, por casi toda. El cocinero
del barco, un irlandés que resultó ser un primo de su madre, le
acogió. El cocinero se llamaba John Evans. Desde que vio a Steven
sufrir las burlas de los otros marineros nada más partir se apiadó
del niño. John era un hombre bajo y gordo sin embargo, su sobrino
era alto y delgado. Ambos tenían algo en común: unos ojos de color
marrón verdoso y un cabello rizado, largo y castaño oscuro.
Excepto
por las burlas que Steven sufría diariamente por ser inglés, la
travesía para él fue agradable. No hubo día que no comiera bien y
en abundancia (claro que, su tío le ponía más que a los que en
teoría tenían la misma ración que él) y ganó algo de dinero. No
hubo ni una sola tempestad. Sin embargo, cuando el convoy llegó a la
altura de las Bahamas, se encontraron con unos piratas ingleses. Los
comerciantes intentaron negociar; pero, solo había dos personas en
todo el convoy que hablaran inglés: John Evans y Steven Sampson. Las
mismas personas que habían sido maltratadas, John lo fue en
anteriores viajes, ahora eran la única posibilidad de negociar con
los piratas para salvar sus vidas. Después de todo lo que les habían
hecho, se negaron a ayudarles.
Se
marcharon con los piratas, pero antes, les dijeron donde estaba el
cargamento de especias, una mercancía muy valiosa en el Nuevo Mundo.
En
el convoy pirata Steven y John recibieron muy buen trato. Tras vender
las especias en La Habana, los piratas se dirigieron a la isla de La
Tortuga (al Noroeste de La Española) en la que les preguntaron
muchas cosas:
-Así
que tus padres son ingleses, ¿no? - le preguntó un individuo alto
llamado Eduard Mansvelt.
-Sí
- dijo Steven un poco cortado – mi padre era de Londres y mi madre,
de Porsmouth.
-¿Y
os gustaría a tu tío y a ti ser miembros de la Cofradía de los
Hermanos de la Costa?
-Por
supuesto – dijeron al unísono los dos.
Steven
comenzó trabajando con los Hermanos de la Costa vendiendo las
mercancías que sus compañeros robaban. También le enseñaron a
manejar el sable, a disparar con el fusil y con el cañón. Más
tarde, empezó a participar en los saqueos a barcos. Con el tiempo se
convirtió en un hombre importante en la Cofradía.
Desgraciadamente
John murió a manos del gobernador de Veracruz cuando Steven su tío
y otros piratas fueron a esa ciudad a vender especias y ron que
habían robado antes. Steven decidió vengarse. Decidió atacar
Veracruz con una flota de: treinta galeones de guerra, diez fragatas
militares y cinco navíos de línea. Para llevar a cabo esta empresa,
contrató a novecientos hombres, sin contar su propia tripulación.
Le acompañaron, entre otros capitanes, el Olonés, Henry Morgan y
Eduard Mansvelt. La noche antes del ataque (la flota de Steven ya
estaba en Veracruz) Steven y sus hombres de confianza destruyeron los
torreones de combate. Por la mañana, conquistaron Veracruz y la
saquearon.
Escrito por Arturo Cano Moraleda (1º
E.S.O A)
miércoles, 13 de junio de 2012
martes, 12 de junio de 2012
CONCURSO DE RELATOS Y COMIC
En abril os propusimos un concurso para poner en marcha este blog. Lo cierto es que la participación ha sido escasa, pero no nos desanimamos. ¡Era un primer intento!
De todas formas, ya tenemos ganadores y estamos preparando la entrega de premios. Os recordamos cuáles eran: los ganadores tendrán un diploma, un libro o material de dibujo (según el formato de trabajo elegido) y, además, participarán en la actividad de fin de curso.
Estad atentos, porque pronto publicaremos el nombre de los dos ganadores y sus obras: Sí, uno de los premios ha quedado desierto, así que la próxima vez esperamos mayor participación.
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