lunes, 9 de julio de 2012

Ganador del concurso de relatos 2011-2012


EL TRAIDOR AL IMPERIO

En el año 1622, vivía en Cádiz la familia Sampson. Era una familia acomodada de comerciantes ingleses, y gente muy honrada. Una noche del mes de abril, llamaron a la puerta de los Sampson unos recaudadores de impuestos. Venían a cobrar una factura relacionada con el almacén del señor Sampson:
-Ya he pagado esa factura – dijo el señor Sampson. Tenía razón.
Pero los recaudadores no le hicieron caso y prendieron fuego a la casa. Después huyeron. El joven Steven, de tan solo doce años, quedó traumatizado al ver morir a sus padres quemados. Metió en un saco de galleta algo de dinero, unos arenques salados, un par de pistolas cargadas, pólvora y munición. Después huyó al puerto, donde se enroló en un buque mercante que se dirigía a Venezuela, haciendo escala primero en las islas Azores, luego en La Habana (Cuba) y, por último, en Panamá.
Aquel barco transportaba un abundante cargamento de especias pero, en ese mismo convoy viajaban barcos que transportaban colonos al Nuevo Mundo, otros transportaban otros productos para comerciar con los colonos que ya se habían establecido allí o con los indígenas. También había barcos de guerra.
Steven trabajó muy duro como grumete en el barco, donde fue maltratado por el resto de la tripulación; mejor dicho, por casi toda. El cocinero del barco, un irlandés que resultó ser un primo de su madre, le acogió. El cocinero se llamaba John Evans. Desde que vio a Steven sufrir las burlas de los otros marineros nada más partir se apiadó del niño. John era un hombre bajo y gordo sin embargo, su sobrino era alto y delgado. Ambos tenían algo en común: unos ojos de color marrón verdoso y un cabello rizado, largo y castaño oscuro.
Excepto por las burlas que Steven sufría diariamente por ser inglés, la travesía para él fue agradable. No hubo día que no comiera bien y en abundancia (claro que, su tío le ponía más que a los que en teoría tenían la misma ración que él) y ganó algo de dinero. No hubo ni una sola tempestad. Sin embargo, cuando el convoy llegó a la altura de las Bahamas, se encontraron con unos piratas ingleses. Los comerciantes intentaron negociar; pero, solo había dos personas en todo el convoy que hablaran inglés: John Evans y Steven Sampson. Las mismas personas que habían sido maltratadas, John lo fue en anteriores viajes, ahora eran la única posibilidad de negociar con los piratas para salvar sus vidas. Después de todo lo que les habían hecho, se negaron a ayudarles.
Se marcharon con los piratas, pero antes, les dijeron donde estaba el cargamento de especias, una mercancía muy valiosa en el Nuevo Mundo.
En el convoy pirata Steven y John recibieron muy buen trato. Tras vender las especias en La Habana, los piratas se dirigieron a la isla de La Tortuga (al Noroeste de La Española) en la que les preguntaron muchas cosas:
-Así que tus padres son ingleses, ¿no? - le preguntó un individuo alto llamado Eduard Mansvelt.
-Sí - dijo Steven un poco cortado – mi padre era de Londres y mi madre, de Porsmouth.
-¿Y os gustaría a tu tío y a ti ser miembros de la Cofradía de los Hermanos de la Costa?
-Por supuesto – dijeron al unísono los dos.
Steven comenzó trabajando con los Hermanos de la Costa vendiendo las mercancías que sus compañeros robaban. También le enseñaron a manejar el sable, a disparar con el fusil y con el cañón. Más tarde, empezó a participar en los saqueos a barcos. Con el tiempo se convirtió en un hombre importante en la Cofradía.
Desgraciadamente John murió a manos del gobernador de Veracruz cuando Steven su tío y otros piratas fueron a esa ciudad a vender especias y ron que habían robado antes. Steven decidió vengarse. Decidió atacar Veracruz con una flota de: treinta galeones de guerra, diez fragatas militares y cinco navíos de línea. Para llevar a cabo esta empresa, contrató a novecientos hombres, sin contar su propia tripulación. Le acompañaron, entre otros capitanes, el Olonés, Henry Morgan y Eduard Mansvelt. La noche antes del ataque (la flota de Steven ya estaba en Veracruz) Steven y sus hombres de confianza destruyeron los torreones de combate. Por la mañana, conquistaron Veracruz y la saquearon.

Escrito por Arturo Cano Moraleda (1º E.S.O A)