domingo, 16 de noviembre de 2014

Cómo se vio

Estas son algunas de las imágenes que recogimos durante esos días. A ver si reconocéis a los lectores.


 
                     

Lecturas de miedo


Leed estas dos historias que escuchamos en la semana del terror del instituto y dejadnos vuestra opinión sobre las mismas. Son relatos muy diferentes, pero tienen algo en común: ambos son inéditos, escritos especialmente para su lectura en la biblioteca.

Esperamos que esto os anime a publicar vuestras propias historias.

EL CUADRO TORCIDO
(Relato de terror)

            La tormenta empezaba a golpear con fuerza en la calle, no tuve más remedio que refugiarme en un viejo portal, polvoriento y húmedo. Tenía frío y entre... La puerta principal estaba abierta y daba a un gran salón color crema con el suelo de piedra. Tenía un viejo sofá rojo y cómodo, pero hundido, y dos butacas roídas por los ratones que debían de habitar allí; en el suelo, una gran alfombra de piel de oso, e innumerables cabezas de cabezas de jabalíes, ciervos, leones, cabras y hasta un toro decoraban las paredes, en compañía de distintos cuadros, todos torcidos.
             Encontré al lado de la puerta el interruptor de la luz, pero no funcionaba, hasta que después de tres o cuatro minutos se encendió e iluminó todo el lugar. Me senté al lado de la ventana, con  inquietud, mirando aquellos retratos que parecían observarme fijamente. Desvié la vista hacia la calle, llena de charcos de barro y vi a un hombre con un paraguas que cruzaba la calle hacia el portal...
            Al principio pensé que allí no podría vivir nadie, pero ahora al ver ese salón amueblado creí que podía ser. Me puse muy nervioso y excitado, intenté abrir la puerta de la calle, pero... se había cerrado sin darme cuenta y además en ese momento se fue la luz. Corrí por el pasillo hasta una habitación oscura y me escondí en ella. Por la poca luz que entraba de la calle, me pareció que era un dormitorio conyugal muy bonito, con un gran armario lleno de viejas ropas deshilachadas y mantas sucias, y una mesilla de madera de pino de buena calidad; había un libro y una lámpara encima, sin embargo, en lo que más me fijé es que los cuadros de esa sala también estaban torcidos, sólo tres permanecían derechos, pero parecían pegados a la pared y con marcas de cola alrededor.
            Me concentré en intentar escuchar si la puerta de fuera se abría, pero no se oía más que la lluvia. De repente, un gran rayo estalló y dejó mucha más luz en la habitación y pude vislumbrar una figura amenazadora que iba hacia mí, me dieron ganas de gritar, ya que eso me había pillado  por sorpresa.
            - ¿Quién anda ahí? -dije con una voz de pánico y la cara pálida como la leche.
            Nadie contestó, pero algo se seguía acercando; entonces abrí la puerta, salí y la cerré reforzándola con un mueble del pasillo; luego corrí al salón, esperando encontrarme a alguien, como el hombre de la calle, mas no había nadie, sólo un ambiente de silencio y calma.
            Me asomé nuevamente a la ventana y observé al hombre de antes, pero ahora ¡salía de un taxi! Y me entró aún más pánico. Oí pasos suaves y lentos, pararon y volvieron a empezar: 3,4,5,6...así sucesivamente hasta que cesaron y no se volvieron a percibir. Me horroricé todavía más cuando descubrí que los cuadros torcidos ya estaban derechos y en su posición normal. Grité y me quedé sin respiración al ver que volvían a torcerse solos, además, por si fuera poco, una mujer rubia, con vestido azul y expresión maléfica no me quitaba ojo desde el interior de un retrato. Caí inconsciente al suelo.
            Al día siguiente,  la luz que entraba por las ventanas me deslumbró y volví en mí. Lo primero que hice fue dirigirme a la puerta para salir de allí. No parecía estar herido ni nada por el estilo, lo que significaba que seguía vivo, pero cuando abrí me di de bruces contra el señor del paraguas y el taxi de la noche anterior. Pegué un salto hacia atrás y me paralicé con su mirada seria y fija desde unos fríos ojos azules. Traté de explicarle mi presencia allí, sin embargo, aquel hombre no respondía, parecía ensimismado y cuando lo toqué para que volviera en sí, se desplomó hacia delante y me cayó encima. Entonces percibí  que tenía algo rojo en la espalda... ¡sangre, muy abundante y fresca! Y vi en el suelo la causa de esa muerte, unas palabras escritas con la sangre de la propia víctima: “La mujer del cuadro torcido”, ponía.

Texto de Miguel Lumbreras González-Novo


Camino bajo los soportales con el único rumbo que me marcan las papeleras. Durante los dos últimos días éstas han sido mi único proveedor de alimentos. Parece que no hay suerte, hoy es viernes, en octubre no quedan muchos turistas. Una tapa de bocadillo en el fondo de una bolsa de basura, pan mojado, esa será mi cena.
Mientras busco unos cartones y un lugar tranquilo, me alejo del bullicio de la plaza, de los olores a comida, a fritanga que antes aborrecía, a la bebida fermentada derramada por el suelo.
No me apetece pensar. Camino como un zombi azulado por el frío, un muerto viviente. Un muerto en vida, asesinado por las circunstancias. Por el camino a ninguna parte me tropiezo con vidas tiradas en el suelo, camas improvisadas de mantas viejas y algún cartón de nevera por el que daría lo que no tengo.
Decido echarme en una esquina, sin importarme el olor a orines. Al menos no me azota el frío. A lo lejos oigo voces de niños, corren y gritan mientras llaman a las puertas. “¡Truco o trato!” vociferan al unísono como un coro de desequilibrados.
No quiero que nadie me vea, subo el cuello de mi abrigo y cierro los ojos. En mi mente vuelve a aparecer ese mensaje de whatsapp: “Amigo, lo hemos perdido todo, debemos entregar el coche y las tarjetas de empresa, estamos despedidos, Harder Inversiones ya es historia.”
¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede pasar de ejecutivo de una multinacional de inversiones a la nada? Había oído historias parecidas, lo había visto en reportajes de televisión. Pero yo había estudiado. Un máster en gestión de valores me avalaba. Nunca me sucedería a mí. ¿Cómo, después de ese mensaje, me puedo encontrar tan solo? Era como una enfermedad contagiosa. La agenda de mi iPhone se había ido reduciendo a la misma velocidad que aumentaban los acreedores que me despojaban de mi casa y de las pocas cosas que no pude empeñar para salvar mi situación.
No me queda nada ni nadie. En unos días mi ropa estará sucia, oleré mal, y mi aspecto desaliñado espantará a quien me cruce. Estoy agotado, hambriento y muerto de frío, y en esta noche de Halloween sólo deseo que los espíritus me lleven a vagar por el mundo de los muertos.
Me quedo dormido.
A lo lejos oigo música, muy lejana, entre sueños. Reconozco esa melodía y me despierto de un sobresalto sobre mi cama. ¡Mi cama, con mis sábanas! ¡Es mi casa! Mi iPhone está sonando, son las 7 de la mañana y me levanto rápidamente. Apago la alarma y recorro angustiado los contactos de mi agenda.  Están todos. Busco el planning: tengo reunión a las 12. Con suerte ese negocio doblará mis ingresos anuales.
Quiero tomar un café bien cargado y olvidarme de la terrible pesadilla.
Mientras doy un sorbo al café aún ardiente, recibo un whatsapp. Es de Miguel.
“Amigo, lo hemos perdido todo…”

Texto de Salvador Llopis Orrego
Ilustración de Jorge Pulido Martín